El sueño del Tecnócrata
Reflexiono, me empeño.
Frente a mi discreto ordenador
que proyecta sus dedos luminosos más allá de mi rostro,
impregnando los muros de plástico a mis espaldas,
despertando inadvertidas imágenes en un espejo
y escapando hacia el exterior desde mi ventana sin cristales,
alcanzando las modestas calles de tierra y grava
recientemente demarcadas.
Reflexiono, me afano,
mientras el aullido de las fieras, de los fantasmas
que pueblan la noche africana distrae mi cabeza.
El calor penetra con el trajín del antílope.
Me empaña la vista.
Se viste de sudor en mi frente,
en mis sienes que se empeñan y se afanan
ante el discreto ordenador.
Reflexiono.
Se afligen mis dedos sobre el teclado.
Palabra por palabra, escribo.
Palabra por palabra, escribo y me retracto.
Por un instante me detengo.
Reflexiono.
Ardua labor la que se me ha impuesto.
No sin resignación la acato, y escribo.
Navego entre documentos incontables,
mi universo de referencia y de consulta .
Copio. Pego. Adapto. Releo.
Reflexiono.
Frente a mi discreto ordenador.
Un vehículo sacude polvo en la noche.
Voces negras que me llegan, un dialecto senegalés
sucio de vocablos americanos.
Y un saludo en alemán, y un adiós francés
implicados entre los gruñidos de la sabana.
Una gota de sudor me humedece la mano.
Me devuelve a mi labor, a mi ardua tarea.
Repaso mentalmente mi historia,
mi larga vida profesional,
mis años de estudio, de especulación,
mis notas, mis artículos publicados,
mis volúmenes gruesos de legislación,
mis muchos ensayos redactados;
cada plática universitaria, cada disertación,
cada seminario de título inspirado;
mis ideas, mis conceptos,
mis planes, mis programas, mis diseños,
mi racionalidad, mis normas, mis preceptos.
Cada línea de mis más íntimas creencias, las repaso
con el afán del arquitecto minucioso
que al trazar cada línea en su proyecto
evalúa y reflexiona
pues sabe bien que una medida, que un trazo desafortunado,
es una catedral que se desploma.
Así yo, ante mi discreto ordenador
reflexiono y evalúo.
Este proyecto mío, que intuí y compartí,
que impulsé desde los claustros académicos,
que ofrecí a través de charlas y entrevistas,
que colmé de aventuradas sentencias,
de verdades a medias, de fantasías;
este proyecto mío que creí, porque otra cosa no podía,
sería eterno e inmaterial como el aire,
como toca ser a toda noble utopía,
acabó al fin descubriéndose inevitable,
tomando cuerpo aún a pesar mío,
y arrancándome brutal de mi vida disconforme
pero intelectual y sedentaria.
Por eso reflexiono.
Porque los tiempos de la teoría han tenido ya su hora,
porque los hay, momentos luminosos,
en que las ideas se atoran de realidad
y nos toman de la mano
y nos arrastran sin aprensión ni remilgos
en una única dirección, hacia el futuro,
con impulso tal, con tal porfía,
que no podríamos negarnos a seguirlas.
Por eso reflexiono.
Porque estoy aquí, en el África feral,
en el polvo del olvido y la aflicción,
en el barro del dolor y la desesperanza,
en un cubículo de plástico hasta el cual
se llega distante el ardor primitivo de la sabana.
Bramido de leopardos y de leones.
Voces que no se expresan en mi lengua.
Y un discreto ordenador.
Y mis manos.
Y una ardua tarea.
Artículo uno.
Reflexiono.
Qué inútil, que curiosa ironía.
Fundamos un sueño, una última utopía,
Novurbo la llamamos: la nueva ciudad,
la ciudad sin límites, ni opresión ni tiranías.
Artículo uno.
Penosa herejía la que se esconde en mi labor:
que la emancipación requiera diseño y prescripción,
que la libertad precise de coto y de medida.
Artículo uno.
Y si en mis pobres manos recayó esta tarea,
la razón es para todos clara y conocida.
Pues yo la soñé, yo la intuí,
Yo la pensé a través de los días.
Y aunque se sepa aberrante,
aunque su esencia contradiga,
aunque no acabe de conjugar con nuestro fin,
toda nueva ciudad precisa de normas establecidas.
Artículo uno.
Vuelve a mí el calor, la ansiedad.
Escribo en mi español natal.
Pero mi tierra ya es aquí.
Novurbo. Senegal.
El espeso calor que empantana mis dedos.
El siseo de la serpiente bajos las botas de mis vecinos.
La risa milenaria de las hienas mofándose de mí en la distancia.
Mi cubículo de plástico.
Mi discreto ordenador.
Mi sudor, mis manos, mis dedos.
Mi ardua tarea:
urdir una constitución para un mundo nuevo.
Artículo uno…