Adios Abril. Una vida cambiando el mundo
Abril murió ayer a los 67 años. Vino a Novurbo alrededor del año 2020, con algo menos de 30 años y con la esperanza de cambiar el mundo.
Creo que lo consiguió.
Yo la conocí cuando ella estaba entrando en los 50. Seguro que otros de los aquí presentes saben historias apasionantes sobre su vida de antes, dentro y fuera de Novurbo, les dejaré a ellos que las cuenten…
Simplemente espero que mi historia sirva para acercarla a aquellos que no la conocieron, o a los que no compartieron con ella su última etapa de la vida. Que todos se den cuenta que no importa la edad o la situación en la que te encuentres, que lo único que importa es obrar bien y saber que si luchas por cambiar algo, puedes conseguirlo.
A muchos que me conocen les sorprenderá mi historia. Sé que jamás me mirarán de la misma manera, pero eso es lo que hacía aún más maravillosa a Abril, su forma de ver la vida y su forma de cambiar la vida de los que la rodeaban…
Todavía me averguenzo de cómo la conocí. El peor acto que he cometido en mi vida se vio recompensado con el mejor y más inesperado regalo, algo que me cambió para siempre.
Corría el año 2040, yo tenía 25 años y vivía en un pueblo cerca de la región de Kolda. Nos dedicamos principalmente al arroz. Había trabajado desde los 14 años, recolectando y sembrando. Era casi todo lo que conocía, algunos años eran mejores, cuando teníamos buenas cosechas, pero otros eran muy difíciles y apenas teníamos para comer.
Por supuesto, conocía Novurbo, aunque no tanto como ahora después de haber vivido diez años aquí. En aquel tiempo, en mi pueblo, Novurbo era para nosotros como podía ser Dakar, un sitio donde había muchos blancos, más aún que en Dakar; que tenían dinero y que vivían bien. Nosotros, mientras tanto, pasábamos hambre y miserias.
Recuerdo que el año 2040 fue horrible. Nunca he sabido mucho de economía, pero llevábamos un par de años en el que el precio del arroz había bajado y nuestro producto no se vendía bien. Además las cosechas habían sido horribles. Recuerdo el hambre. El dolor de estómago por no haberme llevado nada más sólido que arroz a la boca en semanas.
Estaba con varios amigos el último día de cosecha, sentado al borde de un camino. Uno de ellos tenía una destilería casera y hacía una bebida con arroz que sabía a rayos pero emborrachaba. Estábamos hablando de lo que hablábamos todos los días desde hacía más de un año, de la injusticia, de todo lo que tenían en Novurbo y que nosotros nunca tendríamos, de cómo habían venido a traernos una re-print que cogía polvo en el edificio del ayuntamiento y que no servía para nada una vez acabadas las bombonas de plástico que nos habían dejado. De cómo se les llenaba la boca diciéndonos que estaban cambiando el mundo, mientras nosotros estábamos igual, o peor, que siempre.
– ¿Sabéis lo que deberíamos hacer? – dijo Samuel.
Samuel era mi mejor amigo, un poco mayor que yo y casi siempre que podía sacaba el tema de cómo su abuelo había sido asesinado por el ejército de Senegal por pertenecer a los Separatistas y de cómo luchó por sus principios.
– Deberíamos hacer como mi abuelo. Tomar los rifles e ir a por los que nos explotan, luchar contra esta injustícia. Los tengo aún en el garage, con el jeep de Oussmane llegaríamos a Novurbo en menos de un día. He oido que ya lo ha hecho más gente. Entraron en los almacenes y se llevaron comida para alimentar a su pueblo.
Era verdad. Lo habíamos oído todos. Varios grupos pequeños habían entrado en Novurbo y habían saqueado algunas tiendas y centros donde repartían alimentos, ante el asombro de los ciudadanos y policías de la ciudad. Los policías de Novurbo no habían podido hacer nada ya que ni siquiera iban armados con armas de verdad, y el ejército de Senegal no les estaba brindando ninguna ayuda. Escuchábamos por la televisión de la cantina que las incursiones se repetían casi diariamente.
– Vale Samu, pero nosotros somos cinco… Por muy pocas armas que tengan, serán muchos más… ni siquiera sabemos donde están las tiendas, ni conocemos Novurbo… – dijo Oussmane. Podía haber duda en sus palabras, pero su tono mostraba que le había gustado la idea.
– Todos hemos estado en ciudades… entraríamos por la noche, romperiamos el primer escaparate que viésemos con comida y saldríamos corriendo con todo lo que pudiésemos.
– Yo no quiero disparar a nadie…- dije. Por muy injusta que me pareciese la situación en la que estábamos no quería herir a ninguna persona.
– ¡No tenemos que disparar a nadie! ¡Las armas son para asustarlos Mor!
– Pero si ellos nos atacan…- insistí.
– Sus armas son de plástico, usan dardos tranquilizantes que no tienen mucho alcance. Además, estoy seguro que si disparamos un par de veces al aire se esconderán en el primer sitio que vean.
– Hay que cruzar Gambia y el río. – dijo Abdou, que no solía hablar mucho y sólo lo hacía cuando tenía algo que decir. Se le notaba en los ojos el cansancio por el día de trabajo y el alcohol que había bebido.
– Lo hemos hecho otras veces, sabes que no hay problema… Haremos turnos para conducir. En dos días estaremos de vuelta con el jeep lleno. Quizá hasta podríamos encontrar medicinas para tu hermana Abdou…
– ¿Qué medicinas vamos a encontrar, Samu? ¿Cómo voy a saber qué es lo que necesita? – parecía que la mención a su hermana le había animado.- Me conformo con poder darle algo de comer… está tan débil… – dijo para si. – Ok, yo me apunto. Hagámoslo.
Nos sorprendimos todos, más Samuel que ningún otro:
– Entonces.. ¿Qué decís los demás?
– ¡Al cuerno con esto! ¡Yo también voy! Estoy harto de arroz. No cago, es imposible. Me va a estallar la tripa o voy a morir de hambre igualmente, o sea que mejor si es de un disparo… – Era Modou, que había estado mirando al suelo apretándose el dolor de estómago con las manos y que no había hablado hasta ahora.
– Yo siempre me apunto a todo, ya lo sabéis… – dijo Oussmane levantándose y dirigiéndonos una mirada excitada a todos.
Les miré a los ojos lentamente mientras ellos me observaban expectantes, no podía creer que estuviesen hablando en serio:
– Me tenéis que prometer que no haremos daño a nadie… – dije en tono de aceptación.
Íbamos a hacerlo. No me lo podía creer. Todos se pusieron de pie, con una sonrisa de excitación en la cara. Samuel se acercó:
– No pasará nada Mor, te lo prometo…- dijo seriamente Samuel mientras me pasaba el brazo amistosamente por el cuello. Después, como para quitar hierro al asunto, me frotó la cabeza con la otra mano y rió mientras gritaba.- ¡Nos vamos a Novurbo!
*****
Todo había pasado muy rápido. Después de pasar la noche y parte del día conduciendo, bebiendo, dando gritos, riendo y durmiendo poco y mal; habíamos gastado todos nuestros ahorros y llegado cerca de Novurbo. Decidimos esperar a unos 30 kilómetros de Novurbo hasta que se hiciese de noche, aprovechando para dormir un poco bajo unos árboles que había cerca de la carretera.
Estaba anocheciendo cuando nos pusimos en marcha de nuevo. No hablábamos. Todos estábamos en tensión, con los rifles colgados del hombro y mirando a la carretera tan solo iluminada por las luces del jeep. Creo que todos estábamos pensando que quizá no había sido muy buena idea al fin y al cabo…
Mientras, Novurbo se iba haciendo cada vez más grande a nuestros ojos. De lejos la ciudad no parecía gran cosa. La mayoría de edificios eran una especie de cubos bajos, todos muy cercanos entre sí, que se asentaban sin mucho orden en la planicie. Sobresalían algunos edificios que en aquel momento no reconocí. Ahora sé que eran la Universidad, el Centro de Bienvenida, a uno de los lados con la estación de tren magnético o el gran edificio de la Administración Central.
Todos teníamos malas vibraciones, se notaba en el ambiente. Algunos cubos-vivienda empezaron a aparecer a los lados de la carretera por la que íbamos y tan sólo se oía el jeep en la noche, tronando con su motor de gasolina. Cualquiera que hubiese mirado por alguna de las ventanas de alguno de esos cubos nos habría visto, cinco negros en un jeep, con rifles mal ocultados a la espalda y mirando al frente… estábamos haciendo demasiado ruido, seguramente alguien ya habría dado la alarma y la policía estaría en camino:
– Tenemos que hacer algo ya. Estamos haciendo mucho ruido. Esto no va a salir bien… – dijo en bajo Abdou desde el asiento trasero. Tenía los ojos muy abiertos, seguramente a causa de los nervios.
– ¡Para aquí! – Dijo Samuel desde el asiento del copiloto a Oussmane, que era el que iba conduciendo. – Creo que he visto una tienda ahí atrás. Iremos a pie.
Dejamos el coche casi en mitad de la carretera. No había coches y no nos habíamos cruzado con ninguno desde que nos acercamos a Novurbo.
Seguimos a Samuel en fila india, intentando hacer el mínimo ruido posible. No había nadie en la calle, nada se movía.
Llegamos hasta el cubo que Samuel había visto. No era una tienda… al menos no lo que esperábamos… Tenía un cartel en el suelo que ponía “ALMACEN DE ALIMENTOS Y COMERCIO JUSTO. PAN RECIÉN HECHO TODOS LOS DÍAS”, en varios idiomas, pero no se diferenciaba en nada más de las otras viviendas-cubos que había alrededor. Hicimos un círculo en la especie de porche que tenía aquella casa, al lado del cartel:
– ¿Esto es una tienda? No lo parece… – dijo Modou en voz baja.
– ¡Joder! – Maldijo Samuel. – Os juro que lo parecía desde el jeep… el cartel…
– Aquí pone que es un almacén y que venden pan, lo mismo si es una tienda y tiene todo dentro… – dije. Señalé una mesa que había en el porche, que había sido arrastrada contra la pared – Mirad, esto parece un mostrador, lo mismo lo monta y desmonta todos los días…
– Esta tienda es una mierda. Sigamos adelante y…
Oussmane calló de repente, oímos como un coche se acercaba. Era de gasolina, de eso no cabía duda… Nos ocultamos, apretados los unos contra los otros, detrás de la pared.
El coche pasó rápido por la carretera. No pudimos distinguir a los ocupantes, pero llevaban armas… no sabíamos si de plástico o reales. Todos aguantamos la respiración mientras pasaban enfrente de la casa sin vernos. Después de lo que nos pareció una eternidad en silencio, Oussmane fue el primero en darse cuenta:
– ¡Mierda! ¡Nuestro jeep! ¡Lo van a ver! ¡Estamos jodidos!
– Pueden que pasen de largo y… – estaba diciendo
– ¡Tenemos que ir al jeep! Dispararemos al aire. Les asustaremos… – Me interrumpió Samuel mientras cogía el rifle con ambas manos…
Y entonces la vimos. Seguramente Abril llevaba ya algún tiempo ahí, pero ninguno nos habíamos dado cuenta. Tenía unos 50 años, su pelo oscuro se confundía con la negrura de la noche. Tenía su pequeña boca muy abierta y nos miraba con sus grandes ojos negros, más abiertos todavía. Estaba totalmente petrificada por el miedo.
Tenía la cara tan pálida que brillaba en la oscuridad de la noche. Estaba al lado de una puerta abierta, seguramente por donde había salido, que daba a un cubo que sobresalía de aquel donde estábamos apoyados, en una especie de ampliación que habían hecho a la casa. A sus pies había un saco roto de harina, que seguramente había dejado caer al vernos:
– No… no me hagáis daño… por favor… – dijo en un susurro.
Quería decirle que se tranquilizara, que jamás le haríamos daño, pero Samuel ya la estaba apuntando con el rifle. Modou se lo bajó, rápidamente:
– ¡Déjala! ¡Vamos al jeep!
Pero el coche que habíamos visto ya se había parado al lado del nuestro y cuatro personas estaban alrededor de él, registrándolo. No parecían policías ni nada por el estilo, al menos no iban vestidos como tales. Samuel gritó:
– ¡Eh! ¡Vosotros! Dejad nuestro Jeep.
Uno de ellos nos apuntó con su rifle y disparó. El sonido del disparo rompió la tensión contenida de la noche. Yo estaba totalmente bloqueado. Todos los demás se dispersaron como pudieron, intentando refugiarse detrás de algún cubículo o muro. Mientras, los que nos habían disparado se apresuraron a montarse en su propio coche y salir rápidamente de ahí.
Aún me pitaban lo oídos, pero pude distinguir a Oussmane que gritaba:
– ¡Vamos! Tenemos que irnos de aquí. ¡Rápido!
Al intentar moverme caí al suelo. Me llevé las manos a la tripa y me di cuenta de que mi camisa estaba empapada. En un rápido vistazo vi que estaba cubierta de sangre… El mundo daba vueltas en torno a mi.
Todos se reunieron a mi alrededor. Oía voces, pero no podía distinguir quien las decía:
– ¡Joder! Le han disparado ¡Han disparado a Mor!
– Tenemos que salir de aquí… La policía no tardará en venir…
– Mierda… mierda…
– ¡Ayudadme! ¡Tenemos que montarlo en el jeep!
Entonces la cabeza de Abril apareció entre la de mis amigos. Parecía un ángel que me iba a llevar al cielo. Se agachó y me agarró la mano con fuerza calmando el dolor que me abrasaba el estómago. Todos los demás callaron:
– Tenéis que iros. No tardarán en venir… – dijo hablando a los demás pero mirándome fijamente a los ojos.
Samuel lloraba:
– No podemos dejarle aquí… Ha sido una tontería venir… Lo sentimos mucho… Sólo teníamos hambre… Mucha hambre…
Ella le miró, con esa mirada de comprensión que más tarde llegaría a conocer tan bien:
– Yo me encargaré de él. Os lo prometo. No podéis estar aquí más tiempo…- Su voz me llegaba como un susurro. De nuevo estaba mirándome fijamente y me desmayé, perdido en la profundidad de sus ojos negros. – No te preocupes, – me dijo. – Novurbo se encargará de ti. Yo me encargaré de ti. Todo saldrá bien…
*****
Desperté en una habitación de hospital. El sol entraba con fuerza por la ventana. Una joven enfermera corrió una cortina de plástico que separaba mi habitación de otras semejantes. Hablaba inglés, con un acento que no reconocí, pero pude entenderla:
– ¿Ya estás despierto?- Me dijo sonriendo. – Has tenido suerte. Te trajeron a tiempo. Estarás débil durante unas cuantas semanas, pero no te quedarán muchas secuelas.
Sonreí como pude. No sabía qué decirle:
– La señora que te trajo pronto vendrá. Nos dijo que tenía que ocuparse de los pedidos de ayuda que preparais todos los días, pero siempre viene cuando termina… no creo que tarde mucho.
Es muy triste que estéis intentando ayudar y vengan a robar y ha quitaros toda las ayudas humanitarias que preparáis… No entiendo porqué lo hacen… estais trabajando por ellos y no les importa… ¡Incluso intentan mataros!
Pero no te preocupes, todo ha salido bien y no se ha perdido nada irremplazable. Parece que la policía ya está organizándose para que no se repitan los ataques. Dentro de poco estaremos más seguros en Novurbo…
Mira tu compañera ya viene… os dejo solos ¿de acuerdo?
Abril entró sonriendo en la sala, mirándome fijamente.
– ¡Por fin te recuperas! Llevas tres días dormido, pero parece que lo peor ya ha pasado… Soy Abril, por cierto.
Me extendió la mano. Intenté hacer lo mismo, pero no pude levantar el brazo. No tenía fuerzas. Ella agarró mi mano con la suya y la estrechó con fuerza:
– Mor… – dije en un susurro.
– Mor…- Se quedó pensando un momento como asimilando mi nombre.- Por el momento eres Bill Door, si, ya se que no tengo mucha imaginación… y trabajas como mi ayudante… ¿De acuerdo? Llevas un par de meses trabajando conmigo si te preguntan- Me guiñó un ojo y miró a su espalda para cerciorarse de que la enfermera no estaba escuchando.- Cuando te recuperes puedes volver a tu pueblo si quieres. Supongo que tus amigos están preocupados. Iremos en una de las furgonetas del reparto que vaya por la zona y pasaremos por tu pueblo, yo misma iré contigo para cerrar un trato que os sea beneficioso y abrir la línea comercial… tengo entendido que lo habéis estado pasando mal ultimamente… Seguro que os viene bien iniciar una relación comercial con Novurbo a cambio de lo que produzcais en vuestro pueblo. Si decides volver luego a Novurbo nos vendría muy bien alguien que haga alguna otra ruta. Las carreteras son peligrosas últimamente y mucha gente no quiere hacer los repartos…
– ¿Por que… ? – No me salía la voz, pero ella me interrumpió.
– No. No te preocupes… No es justo ¿sabes? Nosotros estamos intentando cambiar el mundo aqui, pero lo único que estamos haciendo es lo mismo que hacíamos antes. Nos preocupamos de nosotros mismos, de cosas como la libertad en Internet, mientras vivimos en la abundancia material gracias a las re-print, pero vosotros seguís malvendiendo lo que producís todos los años y viviendo con casi nada, mientras nosotros acumulamos todo… Me dedico, junto con otros compañeros, a intentar abrir rutas de comercio más justo con los pueblos que hay alrededor de Novurbo y me gustaría que tu pueblo quedase incluido. Es normal que vengáis así cómo venís si estáis pasándolo mal. Lo entiendo… espero que si os damos la oportunidad de hacer un intercambio más justo con Novurbo no tengáis la necesidad de venir como lo hicisteis vosotros.
No hagas caso a la gente, no hacemos ayuda humanitaria ni nada por el estilo, simplemente queremos daros una oportunidad más justa de comerciar con nosotros y …
No me soltó la mano en ningún momento. En posteriores discusiones con ella entendí mucho mejor lo que estaba intentando explicarme, el gran trabajo que estaba haciendo desde Novurbo y los grandes beneficios que esto trajo a la ciudad y también a los pueblos de alrededor; pero en aquel momento sólo podía fijarme en sus profundos ojos negros y en su alegre tono de su voz, en la esperanza que insuflaba a cada una de sus palabras, en el calor de su mano apretando la mía… Me fui quedando de nuevo dormido mientras me contaba cómo estaba cambiando el mundo desde Novurbo, como la estaba aprovechando la oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor para todos y no solo para los afortunados que habían nacido en un lugar determinado con un tono de piel determinado o que habían tenido la suerte de poder ir a vivir a un lugar determinado…
*****
El viaje de retorno a mi pueblo fue de ida y vuelta. Ella me acompañó en todo momento. Alargaron una de las rutas comerciales, con paradas en diferentes lugares, para que llegase allí. Aún estaba débil, pero estaba decidido a volver de nuevo a Novurbo, hacer mías sus ideas e intentar contribuir al cambio que ella estaba intentando. Mis amigos se alegraron de verme y yo de verlos a ellos. Aunque avergonzados, agradecieron a Abril toda la ayuda y cuidados que me había proporcionado y todo lo que estaba a punto de hacer por ellos.
El contrato comercial se llevó a buen término, dadas las condiciones, era mucho más de lo que nunca se hubieran atrevido a pedir a cualquier compañía que quisiese comerciar con ellos, y, desde ese mismo año, intercambiaban el arroz de la cosecha por botellas de plástico para re-print y otro tipo de alimentos y bienes que yo me encargaba de llevar y traer desde Novurbo.
Esta, junto a otras, ha sido mi ruta desde hace ya mucho tiempo. Tengo la suerte de poder ver a mis familiares y amigos varias veces todos los años. Tengo la suerte de vivir en Novurbo y participar en el cambio que está protagonizando. Tengo la suerte de haber conocido a Abril, que cambió mi vida para siempre, y de haber trabajado y convivido con ella todo este tiempo.
Sólo me arrepiento de la forma en que lo hice, pero aquello me enseñó, Abril me enseñó, que muchas veces el cambio sólo es posible si somos capaces de perdonar y dejar atrás el pasado, de pensar en positivo y de ayudar a los demás, sin importar lo que hayan hecho.
Siempre le estaré agradecido y espero que nunca la olvidemos, ni nosotros ni las siguientes generaciones. Espero que siga viviendo siempre dentro de nuestros corazones. Ella hizo de Novurbo lo que actualmente es. Ella entendió siempre en qué consistía todo esto de Novurbo. Y es en ella, de la que hoy nos despedimos, en quien debemos pensar siempre que queramos hablar de Novurbo y de lo que significa para el mundo.